sábado, 27 de noviembre de 2010

Te voy a contar mi historia.
Un día tuve un sueño, soñé que me encamoraba de ti.
Soñé que ese sueño solo era un sueño. Pero lo peor es que nunca desperté. Lo peor es que no me equivoqué, es un sueño. Tú eres un sueño, eres mi sueño. Y los sueños no se cumplen. Pero en parte e alegro, porque en los sueños no sufres. Y porque un sueño es tuyo para siempre y nadie te lo puede arrebatar. Porque está dentro de ti. Porque un sueño es algo sagrado que da alas a la vida y permite sobrepasar los límites de esta. Y permite volar más allá de la realidad. Es una oportunidad, la oportunidad que proporciona el combustible para seguir viviendo, para seguir funcionando. Porque está en tu corazón, y siempre estará ahí, sea grande o pequeño, ocupará gran parte de tu corazón, y nadie podrá oponerse a él, ni aplastarlo. Porque los sueños nunca se vencen, nunca se rinden. Los sueños nunca caducan. Los sueños sacan la mejor parte de ti, de tu vida. Los sueños consiguen que los límites a los que llamamos tiempo, tengan un motivo por el que luchar por ese suelo que nadie sabe pero que siempre estará ahí.
No tengo la costumbre de luchar por un sueño, pero no hay nadie aquí, así que solo me queda creer en él, para poder levantarme de nuevo.

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